lunes, 17 de diciembre de 2018

Carta de una espontánea

Querida chica de la parada de autobús,

soy yo, la otra chica que estaba allí además de tus tres compañeros de instituto. Yo estaba allí mientras debatíais sobre dónde ir y qué hacer. Estaba cuando tú sacaste la bolsa de patatas de la mochila al revés y descubriste que se habían esparcido por la mochila. Todes reísteis, pero luego, mientras sacabas las cosas para limpiarla, a mí dejó de parecerme divertida la situación. Uno de los chicos decía entre risas cosas como “qué asco”, “ahora mismo me das asco”. Tú no dijiste nada, y detrás de tu apariencia de desenfado pude ver que te sentías incómoda ante sus comentarios. Otro de los chicos cogió el estuche que habías sacado y lo lanzó al techo de la parada de autobús, bastante alto como para recuperarlo fácilmente. Lo lanzó y se puso a chatear por el móvil. Tú, como el resto, pusiste cara de “¿qué haces?”, pero seguiste limpiando tu mochila. En este punto, yo casi temblaba más de rabia que de frío. Como siempre en estos casos, no sé si debo entrometerme, si eso puede hacer sentir a la otra más incómoda, o si directamente está cómoda con ese tipo de interacciones. Pero yo sabía que no te había hecho ni puñetera gracia. Al rato le dijiste tranquilamente pero con tono de enfado, que o te lo cogía o te pirabas a casa. Él no hizo absolutamente ningún amago de hacerlo, y ahí fue cuando intervine: “si lo has tirado tú deberías cogerlo tú, yo creo”. Todes me mirasteis un segundo y solo uno de los chavales (al que antes dabas asco) dijo “venga, que ya somos 4 personas las que lo pensamos”. El responsable de los hechos siguió en sus trece, porque recogerlo significaría perder estatus, su estatus de “puedo permitirme hacer lo que quiera, y a mí nadie me manda”. El estatus de los agresores, de quien tiene que demostrar su fuerza porque probablemente se siente pequeñito. Al final tuviste que subirte tú al banco de la parada, con la suerte de que llegabas a cogerlo, quizás con la humillación de tener que hacerlo.
De esas pequeñas humillaciones que una va interiorizando y normalizando lentamente. Porque si a les demás les ha parecido normal, será que lo es. Porque si nadie se mete con ese tipo, no vas a ser tú la primera, para que se ponga medio instituto en tu contra y entonces esas mini-humillaciones sean diarias. Porque si te lo hace un compañero, es broma y está bien. No vas a ir de exagerada, no vas a sacar las cosas de contexto… Te comprendo perfectamente, hermana. Espero que no te moleste que te llame así, pero siento que hay muchas cosas que nos unen, aunque yo solo fuera esa desconocida de la parada de autobús que en un momento dado dijo algo, y cuyo rostro ahora ni recuerdes. No me gustaría que ocurriera lo mismo con mis palabras. Me gustaría que las recordaras siempre. Que recuerdes que yo estaba enfadada por cómo te trataban. Porque nadie tiene derecho a decirte que das asco, ya sea por tener patatas en la mochila o sangre en las bragas, porque mereces el derecho a decir “no”, “no me digas eso, no me gusta”, “me parece una falta de respeto”. Porque nadie tiene derecho a coger tus cosas sin permiso y a lanzarlas por ahí como si fueran suyas (aunque adivino que no las lanzarían si fueran suyas). Ni a coger tus cosas ni a tocar tu cuerpo, por mucho que se camufle entre bromas. Por mucho que sean tus compañeros. Por mucho que les vayas a ver cada día. Si algo te hace sentir incómoda no tienes por qué aguantarlo. Y si dices no y se siguen burlando de ti, o siguen tomando de ti cosas sin permiso, o te ponen motes… Si dices no y no se te respeta, puedes venir a buscarme, hermana. Y yo iré contigo cada tarde a insultar a quien haga falta, a pegar a quien haga falta. Y no iré sola, conmigo vendrán muchas más y todas diremos “no”. No, no, no, hasta que se respete por las buenas o por las malas. Y lo haría por ti y por todas las hermanas que haga falta, porque ya no tengo miedo. La rabia lo ha quemado. Claro que a veces tiemblo, pero me he grabado el coraje en el puño, en la voz, en el corazón, para que el miedo no sea más fuerte que lo justo.
Hermana, aléjate. Aléjate de los que te hacen daño, no necesitas encajar en ningún sitio por encima de ti misma. Protégete de ellos. No escondas que te duele, grita, al igual que gritamos cuando nos pillamos un pie, y dile a la puerta que no se meta donde no la llaman. En tu cuerpo, en tu dignidad. Tú no eres pequeña, por eso no necesitas demostrar que puedes hacer lo que quieras con quien quieras. Pero quieren que lo seamos. Y no se dan cuenta de que de tanto silencio está naciendo el fuego. Y ya somos muchas las que bailamos en torno al fuego como brujas.
¿Sabes lo que me gustaría? Que si volvemos a encontrarnos de nuevo en la parada, me mires y me recuerdes, no como una heroína, sino como aquella que puso voz a tus palabras cuando a ti no te salían. Y quién sabe, quizás la próxima vez tengas que prestarme tú la tuya. Pero me basta con que se la prestes a cualquiera de las nuestras. Así sabrán que, unidas contra la mediocridad, somos invencibles.

P.D: Diles a esos dos de mi parte que son unos gilipollas, y que si tienen planteado cambiar. Me interesa su respuesta.


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