lunes, 24 de julio de 2017

El mal

Menos mal que sufro.
Porque si no sufriera,
¿quién cuidaría
estas preciosas ojeras?

No tendría excusa para cuidarme;
sería feliz como cualquiera.

Es un miedo ancestral
que no sé de dónde viene
aunque sí adónde me lleva.

Y si yo no sufriera
tal vez no me llamara Sonia,
me llamaría Marta
o Patricia.

No estaría escuchando
canciones de amor
como una gilipollas
que ha creído -que cree-
tener algo que nunca fue.

Pero no tiene causa mi desgracia,
es misteriosa:
como una pluma
sobre unos labios azules,
pálidos,
inertes.

Es misteriosa
y se llama Sonia
y a veces me hace encogerme
mientras susurro “duele”.
Y esa palabra es
como un barquito a la espera
de un río de lágrimas dulces
que le permita avanzar.

Y ese barquito…
Menos mal que sufro.
Porque si no nunca vería el mar.

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