jueves, 4 de agosto de 2016

Pero qué más da

No me creo a los poetas
con zapatillas de Nike
o de Hilfiger.
Me creo a los que salen del mar
quitándose las algas
y lloran,
o suspiran,
porque echan de menos
los caracoles marinos
o las sirenas enjauladas.

A los que escupen fuego
porque saben
que no hay que rescatar a la princesa
sino derribar el castillo.

A los que alumbran sus cenas
incendiando palacios
mientras mencionan a su cita:
“lo siento, era esto
o bajarte la luna,
pero me gusta
que la miremos desde aquí”,
o simplemente “lo siento,
soy poeta,
no tengo tiempo para más.
Por nuestro aniversario,
si quieres,
prendemos la Moncloa”.

No me creo a los poetas
con zapatillas de Nike
o de Hilfiger,
me creo a los que van descalzos.

A los que venden
sus párpados en mercadillos
de segunda mano
porque no quieren pasarse
ni un segundo más sin ver
en este puñetero mundo
que huele a orina
y a canela,
y que todavía les deja
guardar caracolas en los bolsillos
de los pantalones…
si los llevan.

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