Para ser bella primero hay que existir:
saberse con dos piernas y dos brazos
contra todo pronóstico de lluvia.
Yo te sé a ti, ¿qué sabes tú de mí?
¿Me verás pasar como a las aves,
palparme el pico,
destrozar
el nido
contra todo pronóstico de vida?
¿Me verás el color de mis pupilas
ahogándose en sí mismas,
en torpe remolino de nostalgia?
A mí los cantos de las aves que nunca acaban
porque terminan de forma inacabada,
a mí banderas desgarradas
del mundo invisible de las algas
que se derriten en tristes alboradas,
mecidas por el agua, por la risa
de entes apagados que se esconden
en las sombras, detrás, más hacia abajo,
de los purpúreos rayos…
Para saberse bella hay que mascar el cielo
y yo tengo, guardado entre los dientes,
un trozo de luna
que apenas saboreo,
como si fuera el sabor
de algún apagado caramelo
que muerdo y no se rompe,
que escupo y no se va
porque se queda pegado de repente,
abrazándome la lengua que no habla.
Si yo supiera de ti tu secreto…
pero no lo sé.
Y te miro y te acaricio y te escucho,
y admiro tu alma y tu vida que me invento,
y sueño con ser tú, toda de mármol
o de yeso, qué más da,
si juntamos nuestras manos y te beso
y poseo tu vida apenas un momento
aunque luego tenga que arrastrarme
con mi luna por oscuros trechos,
por estrellas llenas de firmamentos de colores
donde tan solo habita una flor que he que salvar,
porque tiene brazos
porque tiene piernas
y son los únicos que reconozco como míos
aunque no lo sean.
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