jueves, 26 de febrero de 2015

Princesas encantadas de no serlo

Para ser bella primero hay que existir:
saberse con dos piernas y dos brazos
contra todo pronóstico de lluvia.
Yo te sé a ti, ¿qué sabes tú de mí?
¿Me verás pasar como a las aves,
palparme el pico,
destrozar
el nido
contra todo pronóstico de vida?
¿Me verás el color de mis pupilas
ahogándose en sí mismas,
en torpe remolino de nostalgia?
A mí los cantos de las aves que nunca acaban
porque terminan de forma inacabada,
a mí banderas desgarradas
del mundo invisible de las algas
que se derriten en tristes alboradas,
mecidas por el agua, por la risa
de entes apagados que se esconden
en las sombras, detrás, más hacia abajo,
de los purpúreos rayos…
Para saberse bella hay que mascar el cielo
y yo tengo, guardado entre los dientes,
un trozo de luna
que apenas saboreo,
como si fuera el sabor 
de algún apagado caramelo
que muerdo y no se rompe,
que escupo y no se va
porque se queda pegado de repente,
abrazándome la lengua que no habla.
Si yo supiera de ti tu secreto…
pero no lo sé.
Y te miro y te acaricio y te escucho,
y admiro tu alma y tu vida que me invento,
y sueño con ser tú, toda de mármol
o de yeso, qué más da,
si juntamos nuestras manos y te beso
y poseo tu vida apenas un momento
aunque luego tenga que arrastrarme 
con mi luna por oscuros trechos,
por estrellas llenas de firmamentos de colores
donde tan solo habita una flor que he que salvar,
porque tiene brazos
porque tiene piernas
y son los únicos que reconozco como míos
aunque no lo sean.

lunes, 16 de febrero de 2015

Allá donde reside el pensamiento

Quería robarte los pensamientos. Estabas a mi lado, tumbado, pero dándome la espalda. Yo también estaba tumbada y planeaba el asalto. Cerré los ojos y me instalé en esa negrura universal y estrafalaria que son los párpados. Me imaginé desatándome el lazo de la coleta y lanzándotelo para alcanzar alguna de tus sinapsis, y que ella me arrastraba hasta el engendro que sería, o no, consciencia. Y también que tenía yo un aparato de los que soplas y salen pompas de jabón, multicolores, y que una de ellas rozaba alguno de tus pensamientos, que irremediablemente se veía engullido en esa púrpura invisible, y era como un demonio pequeñito que nada tenía que hacer contra algo tan frágil y yo observaba todo aquello e intentaba descifrarlo apuntando muchas cosas en una libreta. Porque yo quería robarte los pensamientos, y esa fuerza era, sin duda, el motor que me llevaría a ello, como si la causa fuera la consecuencia o algo así. "Si quieres, puedes", eso dicen; yo estaba segura de esta idea. Entonces extendí ligeramente el brazo, los ojos semiabiertos viendo apenas por entre los cabellos perezosos, y mis dedos rozaron levemente el cuello ajeno. Te estremeciste, por ello supe que pensabas. Imaginar ya no servía así que tuve que intentar otros caminos:
-¿Qué piensas? - pregunté.
-Nada.
Decepcionada, por un instante, sentí como embotellado el corazón, mas logré tranquilizarme diciéndome que estabas vivo y, por tanto, pensabas. No estabas muerto. Tan solo no querías, no sabías, o podías, compartir lo que pensabas. Yo lo averiguaría. Con profunda ternura seguí acariciando el cuello que se me prestaba o se rendía, hacia arriba... hacia abajo... muy suave... ¿Te oí gemir? No sabría decirlo, porque para mí no había nada más que tu cuello, principio y fin de todo pensamiento mío y por el que, ¿por qué no? llegaría a los tuyos. Quería robarte los pensamientos, amor, ya te lo he dicho. La escena, pude percibirlo, se tornaba erótica de a poco. Y percibía con sorprendente exactitud el punto en que mis yemas entraban en contacto con la piel tuya, de forma intermitente. Eso me cautivaba. Fui aumentando la presión y los puntos de contacto: ahora te acariciaba mi mano entera, podía notar tu nuez, incluso. Tú creías que jugaba a estrangularte para aumentar tu erección, y así lo hiciste, pero mi objetivo era otro: llegar a tus pensamientos... Como ahora estabas girado hacia a mí, veía la pasión en tu rostro, y tú la excitación en el mío. Me moví de golpe y me aplasté contra tu cuerpo; encima de ti, nuestros rostros casi se tocaban. Te besé y tú te movías inquieto, y mi mano agarraba más y más tu cuello. Me sentía muy emocionada porque quería llegar hasta tu esencia. Noté el momento en que tu cuerpo cedió al mío, se rindió, te dejaste hacer, te dejaste desvestir la piel. Mis dedos y mis uñas jugaban a querer y a poder y caían pétalos de rosa sobre la cama, pero eran rojos. No sé si lo logré, me quedé dormida sobre tu pecho, abrazándote, con las manos llenas de flores de todos los colores. Quería robarte los pensamientos...