no ver más dormir la hierba bajo la niebla.
Les duele ver morir también sus pueblos
por ese goteo constante de ausencias.
Nos duele tener que pagar
por nuestra propia vivienda.
Nuestro hogar no se negocia,
repito,
con nuestro hogar no se negocia.
Duele que ya nadie mire las montañas
como antes
y se prioricen los centros comerciales
para zombies.
La frutería de mi vecina se la cargaron
y ahora se les hincha el pecho
por ofrecerla un empleo.
Sin duda,
ellos
son
los buenos.
Pero los hombres grises
no saben los colores de la tierra
ni conocen la cantidad exacta de agua
para que nos dé un tomate.
Son grises como las nubes
que tapan el sol
pero no llueven
y nos enfrían los pueblos
y ciudades,
da igual:
todo lo que toquen,
todo lo que piensen
se derrite
da igual dónde.
Son ellos quienes impusieron
a los vecinos macrogranjas
que no querían
-y que no, que no las querían-,
ellos que venían de lejos
y que, por supuesto,
no vivirían allí
para invitar a café a las vecinas.
Vivirían en otro sitio con sol,
lejos de lo que hacían
para que no les quemara las retinas,
donde los llantos de los animales
no alcanzaran.
A mis amigxs les duele algo,
y creo que necesitan cuidar
y proteger su tierra para sanarlo.
Supongo que para que dentro de unos años
puedan seguir viéndose amapolas
en las laderas,
que no se sabe si son sangre
viva o muerta
pero es
una sangre imprescindible.