domingo, 25 de septiembre de 2016

Instinto de razonamiento

Tal vez nadie
esté preparada
para ser madre.
Para transmitir la mierda
de generación
               en generación.
Resulta
que cuando ya te has,
más o menos,
adaptado al mundo,
superado
tus problemas mentales,
te toca enseñar a otro
a hacer lo mismo,

Ninguna mujer lista
querría arriesgarse a destrozar la vida
de otro ser inteligente
y vulnerable.
Demasiada responsabilidad.
(No es cobardía esto que presento,
son conclusiones lógicas
fruto del intelecto…)
No estoy hablando
de si la vida merece o no la pena
ser vivida.
Estoy hablando de la muerte.
Incontrolable.
Abyecta.
Solitaria y, a su vez,
fenómeno de masas.
Ajena a la crujiente ternura
de las crías.

Qué derecho, decidme,
qué derecho tenéis
de parir muerte.
De dejar que otros se coman
vuestra más asquerosa basura,
por mucho que después
les dejéis la boca llena de flores.
Sabéis perfectamente
que no tenéis maldita idea
de educar.
A ninguna de nosotras,
ni tampoco a vosotros,
futuros posibles padres,
nos concedieron el título de pedagogía
en la universidad.
Y nuestras intuiciones son malas.
Un cúmulo de porquería
que muy probablemente
ha conducido el mundo al desastre:
eso lo hemos hecho nosotros,
nuestros padres,
la madre que los parió,
y ahora queréis también
que lo reproduzcan nuestros hijos.

Pues yo me niego.
Me niego a transmitir los genes
que portan mis ojeras.
Si bien las quiero,
no tengo por qué obligar a nadie
a que las quiera.
Son mías,
moradas,
con el color del universo.
Yo he aprendido a protegerme
de sus monstruos,
pero no puedo prometer
que no se coman a mis hijos.
Sencillamente no está en mi mano.
Ni en la vuestra tampoco,
por muchos aires de grandeza
que os convengan
para conservar vuestra pésima autoestima.

Lo que sí podéis hacer
es salir a la calle
y abrir un cubo de basura
para extraer de él
alguno de esos niños sin hogar,
si lo que queréis es 
sentiros generosos...

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