(Se recomienda activar la canción antes de empezar a leer el texto; si crees que no vas a poder concentrarte hazlo igualmente).
Quieres comprar algo que necesitas, miras
muchas cosas en muchas tiendas, pasan los días y no encuentras exactamente lo
que quieres porque es posible que ni siquiera estés segura de cómo lo quieres.
Pero nada te convence, te desesperas y aún así sigues buscando. No te das por
vencida, sabes que está en alguna parte; esa cosa existe. Vuelves a mirar
cosas, tiendas muy juntas, abarrotadas de productos, y de repente la ves y
apartas la vista: es imposible haberla encontrado. Y sin embargo está ahí,
entre todo lo demás, única, sola, tan diferente... Te ha
encontrado. Entre miles de cosas te ha encontrado; estaba ahí, esperándote,
sabiendo que también tú la encontrarías a ella. Porque estabais destinadas,
porque solo tú te fijarías en ella, porque solo tú la estabas buscando con
tanto ahínco. La miras otra vez, deseas seguir buscando por si hay otra mejor,
pero no la hay, y te vas convenciendo de ello progresivamente. Sientes un molesto pitido en el oído izquierdo que no sabes si procede de ti o del exterior. Y de pronto ese
algo te habla y el resto se detiene; sus palabras no tienen ningún sentido pero
te están hablando, a ti, únicamente. Se le forman unas manos, y una boca, no tiene ojos. La boca se mueve, su voz es aguda. Lo compras, por fin
tienes lo que tanto tiempo has andado buscando y te sientes orgullosa de ello.
Siempre encuentras las gangas, por
mucho que te cueste. La cosa vuelve a ser un objeto inerte en una bolsa, que
sostienes mientras caminas a casa, deseosa de estrenarla. Otra vez el molesto pitido. Abres la puerta, la
cierras con estruendo como diciendo “estoy aquí y lo he conseguido, ¡que todos
se enteren!”. Pero no hay nadie. Llegas al cuarto y sacas el algo y lo
observas. Es tan bonito, cuanto más lo miro más me gusta. Lo abrazas y giras, y
giras, y sientes que te elevas mientras giras; hasta sientes cómo te das una
hostia contra el techo y caes a la realidad. Ahora tiene piernas, y otra vez
boca, pero no brazos. Te da pena que no tenga brazos, pero te cagas demasiado
como para pensar en otra cosa que no sea salir corriendo al baño para evacuar. Oyes el pitido insoportable. Una
vez finalizada la misión vuelves al cuarto y sientes angustia: no está. Claro,
se ha ido andando con sus piernas, pero no debe de andar muy lejos, porque sabe
que nos pertenecemos la una a la
otra. Oyes un crujido. Entonces la ves subida en lo alto del armario, con sus
piernas colgando como cuerdas, y ahora también con brazos, que sostienen una
bolsa de patatas fritas que se lleva a la boca y mastica. Suelta una risa
burlona, gira la bolsa y las patatas vuelan por la habitación y algunas se
detienen sobre tu cabeza. Te enfadas, porque vuelves a oír el pitido y no te gusta a lo que está jugando, y subes a una silla para alcanzar a la maldita cosa. Para tu sorpresa, no ofrece resistencia, de hecho te
está abrazando con sus brazos finísimos, y eso te enternece. Os abrazáis
mutuamente, y de pronto te descubres apretando más y más, sin ganas de
estrangularla pero sin poder evitarlo. Ella se da cuenta e intenta escapar,
rodáis por el suelo, os mordéis… Y un golpe seco. ¿Ha entrado alguien en casa? Oyes el pitido mucho más intenso. ¡Te vas a volver loca!
Un instante después, apenas un segundo, te descubres en el suelo de tu cuarto sin nada entre los brazos, un poco aturdida porque no sabes qué haces ahí tirada, con todo lo que tienes que hacer.
Un instante después, apenas un segundo, te descubres en el suelo de tu cuarto sin nada entre los brazos, un poco aturdida porque no sabes qué haces ahí tirada, con todo lo que tienes que hacer.
-¿Qué haces? ¿Compraste la mochila?
