Sentía la líbido tratando de prenetrarle cada célula. No era sexo exactamente lo que ansiaba, más bien el morboso contacto humano. Pensó en cuando él la había excitado mediante susurros en aquella ciudad extraña. Eso nunca había sucedido, pero le había provocado una sensación tan real, que deseaba que así fuera. Quería comprobar si podía ser real. Ojalá le tuviera cerca. Tal vez se abalanzaría sobre él en el mismo tren, besándole en la boca y restregándole las piernas en las suyas, empapados por las miradas de los demás pasajeros. ¿Qué harían esas miradas sino potenciar el placer de la situación?
Se imaginó que, tal y como estaba, no llevaba bragas. Sentada con las piernas ligeramente separadas, con falda. La chica de enfrente, por mencionar a alguien, podría ver el vello negro y esponjoso de su pubis, quizás alguna parte de sus labios vaginales. Ella disimularía, fingiendo no importarle ni ir así, ni que otras la miraran; pero sentiría un profundo placer, una agradable sensación de cosquilleo en su entrepierna que no haría sino alimentar el deseo, volviéndolo desenfrenado, haciendo que la líbido golpeara sus células hasta romperlas.