Las feas tendrían
que levantarse.
Reivindicar su derecho
a existir
aun siendo feas.
No contra las guapas,
los hombres,
las tetonas
o las delgadas.
Contra el concepto mismo de belleza,
contra el altar social
que se le ha levantado
como un pene mal erguido
para fornicar,
contra el patético intento
de objetivarla.
Y lo lograron,
no lo crean,
Ahora todas creen que es algo
sólido
que se puede morder.
Incluso vomitar.
Las feas
tendrían que levantarse,
no para reivindicar
ser admiradas,
sino para que se las deje en paz.
Para que se las reconozca
su papel como personas.
«Miradme,
yo tengo galaxias en las orejas
como todas.
Tengo algo brillante
que me ilumina la boca
con la que hablo.
Puede que no te gusten
mis palabras
porque soy fea,
porque son feas,
porque hablo sobre pájaros
o cosas que no interesan.
Pero sueño -óyeme bien
mi sueño-
con que me mires a la cara
y me digas:
“qué fea eres”,
y me acaricies la mejilla
y sonrías
como queriéndome follar
por lo que soy».