que se acerca sutil a una migaja
con miedo a poder ser pisoteado
de repente -¡pum!- mientras la come.
Así me siento y solo así contigo,
porque eres algo abstracto como el aire
y sin embargo se lo puede llevar
volando al pajarillo y estrellarlo
contra una valla o contra algo más duro,
si cabe, que una ceniza antigua, un
cuerpo eterno, un cuerno de unicornio
o una pluma rota y muy, muy triste.
¿No sabes tú cómo me siento? Mira,
estoy aquí encogida y tengo frío,
y sin embargo tú sonríes, lindo,
volando o esperando ríos claros;
qué turbios los dejaste, y el pasado
¿por qué apenas se nota ahí en tu espalda?
Me tienes que enseñar a levantarme
porque es que a mí se me ha olvidado, ¿sabes?
Lo sé, lo sé, ya sabes que te engaño...
¡Que bien me sé yo levantar sin nadie!
Mas nunca viene mal la mano amiga.
Pero es que te he lanzado el corazón
y aún lo estás mirando cual la miga
que no se come el pajarillo inquieto,
¡y que soy yo, soy yo la pajarilla!
Pero tú has entendido aquello ya
de que no hace ningún bien picotear
el corazón de aquella que te ama,
¡y no te acercas, pues me quieres libre!
Y por eso tampoco te alejas tú de mí,
esperando estás, sí, que lo recoja
y lo vaya devolviendo a su lugar.
No hagas nada, que ya te estoy queriendo,
¿ahora vienes? Así pues, ya lo sé bien
que entera tú me quieres, sabia y libre.
Y ahora sí me arropas con tus brazos
solo porque no te lo estoy pidiendo.
O igual no es eso, no sé, quizás...quizás
no quieras otro pecho que no es este,
que tenga cicatrices menos grises
o que sea, siquiera, más perfecto.
¿Y qué si luego no se entienden ellos,
el uno sin el calor que vierte el otro?
¡Que no tenemos nada que temer, nosotros!
Y que si tengo miedo a ser pisada
es porque no me dé tiempo a comemerme
cada miga que suelte, para mí, tu alma.
Y cuando menos te lo esperas...¡zasca! hay una alcantarilla
en medio del paso de cebra.